viernes, 10 de diciembre de 2010

el lbro, el soporte

UMBERTO ECO: "Elogio del libro en la era del soporte digital"

                                                                        Umberto Eco

En efecto, el semiólogo italiano Umberto Eco hace un encendido elogio del libro en las páginas de l'Espresso, donde tiene reservada una cita periódica que titula "La Bustina de Minerva".  En esta ocasión,  nos advierte con su habitual perspicacia sobre la fragilidad de los nuevos soportes digitales:


"El pasado domingo fue el  último día de un curso para libreros que lleva el nombre de  Umberto y Elisabetta Mauri. Tuvo lugar en Venecia y se habló (entre otras cosas) sobre la labilidad de los soportes de la información. Soportes lo han sido la estelas de Egipto, la tableta de arcilla, el papiro, el pergamino y, por supuesto, el libro impreso. Este último ha demostrado su capacidad para sobrevivir quinientos años, pero sólo si se trata de libros hechos con pasta de trapos. Desde mediados del siglo XIX se impuso el papel procedente de la madera, y parece que  tiene una duración  máxima de setenta años (y, de hecho, basta coger periódicos o libros de la posguerra para ver que la mayoría se deshacen en cuanto se los hojea). Así que periódicamente se convocan reuniones y se estudian diversos medios para salvaguardar la multitud de libros que albergan nuestras bibliotecas, y uno de los más populares (pero casi imposible de aplicar a todos y cada uno de los  libros existentes) es escanear sus páginas y pasarlas a soporte electrónico.
Pero aquí se presenta otro problema: todos los soportes para transportar y  almacenar  información, de la foto a la película, del disco a la memoria USB que usamos en nuestros ordenadores, son más perecederos que el propio libro. De algunos ya lo sabíamos:  en las antiguas cassettes las cintas se enredaban con el uso, así que las teníamos que desenredar metiendo un lápiz en el agujero, aunque a menudo sin éxito; las de vídeo perdían fácilmente el color y la definición, y si se utilizaban demasiado  tiempo para estudiar su contenido, haciéndolas avanzar y retroceder varias veces,  se malograban pronto. Y aunque hemos tenido tiempo suficiente para darnos cuenta de lo que podía durar un disco de vinilo si no lo frotábamos demasiado, no lo hemos tenido para comprobar cuánto duraba un CD-rom, porque siendo aclamado como el invento que vendría a sustituir al libro ya ha sido retirado del mercado, pues  podemos acceder en línea a ese mismo contenido  y con costes más baratos. No sabemos cuánto durará una película en DVD, sólo sabemos que empieza a hacer extraños  cuando la hemos puesto muchas veces. Casi no hemos tenido tiempo para ver cuánto podían durar los discos flexibles que usábamos en el ordenador: antes de que lo pudiéramos descubrir ya fueron sustituidos por los disquetes rígidos,  y éstos por los discos regrabables, reemplazados a su vez por la memoria USB. Con la desaparición de los distintos soportes han desaparecido incluso las computadoras que los podían leer (creo que ya nadie tiene en su casa un equipo en el que haya una ranura para un disquete flexible) y si uno no ha transferido en su  momento al nuevo soporte lo que tenía guardado en el anterior   (y así sucesivamente, para siempre, cada dos o tres años) lo ha perdido irremediablemente (a menos que uno tenga en el sótano  una docena de viejos ordenadores, uno para cada uno de los soportes desaparecidos).
Por tanto, de todos los medios mecánicos, eléctricos y electrónicos,  o bien sabemos que son rápidamente perecederos  o bien no sabemos todavía cuánto durarán,  y probablemente nunca lo sepamos.
En fin, basta una simple alteración de la tensión eléctrica, un  relámpago en el jardín o cualquier otro incidente mucho más banal para arruinar una memoria. Si hubiera un apagón que durara lo suficiente ya no podríamos usar ninguna memoria electrónica. Si hubiese guardado el Don Quijote en mi memoria electrónica, no lo podría leer a la luz de una vela, ni en una hamaca, ni en un barco, ni en el baño, ni en el columpio, mientras que un libro me permite hacerlo incluso en las condiciones más adversas. Y si el ordenador  o el e-book me caen desde un quinto piso puedo estar matemáticamente seguro de haberlo perdido todo, mientras que si me cae un libro como mucho se desencuadernará.
Los soportes modernos parecen atender más a la difusión de la información que a su preservación. El libro ha sido un insigne instrumento de difusión (pensemos en el papel desempeñado por la Biblia impresa para la Reforma protestante), pero también de conservación. Es posible que en unos pocos siglos la única forma de acceder a las noticias sobre el pasado, cuando todos los soportes electrónicos hayan perdido sus propiedades magnéticas, siga siendo un bello incunable.    Y entre los modernos libros, sobrevivirán muchos de los que están hechos con buen papel,  o los que están siendo ofrecidos por muchos editores en "free acid paper".
No soy un anticuado. Tengo un disco duro portátil de 250 GB en el que he cargado las mayores obras maestras de la literatura universal y de la historia de la filosofía;   es mucho más cómodo recuperar de allí en unos segundos una cita de Dante o de la «Summa Theologica» que tener que levantarse y andar para coger un volumen pesado de una estantería demasiado alta. Pero me alegro de que esos libros estén en mis estantes, pues son una garantía de la memoria para cuando los instrumentos electrónicos hagan tilt".

 Umberto Eco

Publicado en el diario   L' Espresso  (5 de febrero del 2009)




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